Todas las teorías representan un
ideal, el éxito de la “bajada” a la práctica está ligado a infinidad de
factores coadyuvantes. El problema termina siendo más profundo que el modelo
implementado.
El contexto y la idiosincrasia
del lugar, marcan el estilo del
populismo, lo caracteriza. Aunque no hay una forma univoca de definirlo
sino más bien siempre polémica entorno su consideración.
¿Qué es? Un sistema político que
sin distinción de la vieja y conocida noción de izquierdas y derechas cumple
con la tendencia a propugnar la defensa de todos los intereses del pueblo. No
hace distinción ideológica sino más bien se trata de procedimientos, toma de
medidas concretas. Algunos plantean que no llega a ser un sistema, que resulta sólo
una “tendencia política”.
El concepto en si tiene un uso en
términos peyorativos que no le corresponde. Se ha llegado a hablar del
populismo como “el mal de los Estados contemporáneos de nuestra América
Latina”. Y para algunos no constituye un sistema político en términos
académicos, aunque puede verse de esta forma en
tanto va presentando un conjunto de normas que guardan relación entre si.
Se entiende que todo intervencionismo estatal, toda implementación de medidas
antielitistas, de igualdad de oportunidades, movilidad social ascendente, todo
surgimiento de líderes políticos carismáticos etc. son elementos de este tipo
de sistemas.
Los detractores son aquellos que
ven en todo lo “popular” sinónimo de atraso en términos de evolución social. Lo
que señalan como despectivo es la tendencia a masificación, la detentación del
poder de un líder que se convierte en “el líder de culto” al cual se rinde
pleitesía. Se entiende que se genera un circulo vicioso donde todo queda en
manos –sobre todo y porque se da en sistemas presidencialistas- de una persona,
el Poder Ejecutivo que termina haciendo demagogia, aquella distorsión de la
democracia que denunciara Aristóteles. Y el pueblo por costumbre, por
convicción, por necesidad sigue dando el apoyo electoral en las oportunidades
que se presentan.
Todos los sistemas políticos
generan costumbre y sobre esta se despliegan con holgura ya que se reproducen
sin inconvenientes. Cada tanto puede entrar en crisis, por alguna circunstancia
que le interrumpa el habitual desenvolvimiento, no obstante generalmente puede recomponerse, “tapar el bache”, readaptarse y
continuar.
Lo que sin dudas genera es una
amplia base de sustentación, producto de la defensa que se hace desde los más
débiles que siempre son mayoría dentro de la pirámide social, quienes por
conveniencia económica y beneficios personales sostienen a quienes amparan
continuar con el modelo. Es bueno intentar entender la perspectiva de quien de
no tener expectativas de repente las logra, y tiene potencialidades de ascenso
social, a través de la educación o mejora en la calidad de vida para sí y su
familia.
El sistema se vuelve perverso en
otros términos, cuando los líderes se adueñan de los resortes del poder y
acumulan los mismos en sus manos, cuando se “ceban” y obnubilan producto del poder que abarcan y
detentan y desvirtúan la consideración teórica positiva del populismo.
Su propia base de sustentación
puede revisar las condiciones y hasta intentar cambiar lo negativo, quizás
cambiar al líder sin modificar la esencia del sistema que es la defensa de los
intereses del pueblo de todos los modos posibles.
Lo rico de los análisis generales
es entender que las teorías pueden sufrir modificaciones en la práctica. Que no
es perfecta, aunque perfectible. Que no necesariamente populismo debe ser
asimilado a lo negativo que puede generar tal tendencia. Que sea cual fuere el
sistema que implementemos está relacionado con la idiosincrasia que tenemos. Centrarnos
en la crítica al régimen populista en sí es correr el eje de la verdadera
discusión que deberíamos darnos.
El problema real consiste en la
distorsión que hacemos en la práctica de los modelos que podrían resultarnos
beneficiosos en caso de no introducir en su implementación vicios: corrupción,
malversación, clientelismo, demagogia. O la utilización para beneficios
personales de quienes detentan el poder, lejos del planteo del bien para el
pueblo.
Mejor sería poder establecer
pautas de convivencia consensuadas tras debates sociales profundos y continuos.
Mientras no lo hagamos, todos los sistemas que implementemos pueden caer en los
vicios propios de una sociedad que no define sus nortes. En estas consideraciones se entiende que la
cuestión es mucho más profunda y reclama debate reflexivo al respecto.
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