Unidos y Organizados fueron mientras estuvieron en el poder. Hoy
desdibujados, a la espera. Mientras, el gobierno nacional se debate en el
dilema que le plantea la promesa de cambio y los marcados límites del mismo
–impuestos en función de una parte de la política de la que muy poco se dice,
aquellos acuerdos de los que no sabemos o no tenemos evidencia fáctica-.
¿Cómo reconocer que por tantos
años nos engañaron? Todo un desafío para quienes creyeron y hoy dudan, para
quienes creen y sostienen, para quienes ya no creen y deben retroceder, para
quienes nunca creyeron y sin embargo nada pudieron hacer.
La gestión k ¿fue finalmente un infame relato?
¿Uno discursivo muy bien orquestado para los aplaudidores creyentes, mientras otro
oculto verdaderamente manifiesto, desplegado solo para los integrantes del
círculo económicamente organizado? Estos que vienen siendo Unidos hasta la derrota,
organizados sólo para lo conveniente, hoy lejos del poder parecen ni lo uno ni
lo otro, todo resulta tener un límite Y al respecto alguien muy peronista apuntó
alguna vez: “hasta la puerta del cementerio”, enterrados juntos (léase encerrados)
no.
Sería un tristísimo final para
una gestión que gobernó durante doce años y supo construir poder – con
billetera y mística, desempolvando viejos símbolos convenientemente o
utilizando dialécticas de otra época – y se devela al presente “un castillo de cartas”. Como si todo hubiera
sido ilusión, “magia”.
El FpV se fragmentó y por momentos se muestra endeble,
sin embargo se sostiene porque el viento del sinceramiento no sopla tan
poderosamente como se esperaba- A veces parece asomar con nuevas fuerzas. No
las suficientes aun para asegurar nuevas victorias, aunque si para incomodar y
el poder a veces también se mide por esto.
Hoy las evidencias –algunas más
contundentes, otras al menos dejando beneficio de duda- indican que fue un
desfalco bastante grosero, que las cuentas no cierran y que la herencia fue
pesada. Lo es. Con todo, tampoco este gobierno está dispuesto a soportar la pérdida
de actores que considera importantes, dejando que los rumores indecorosos se
los lleven puestos y la cuerda siga tirando. Nadie olvida realmente “Panama
Papers” y aunque se diga que no preocupa, está. Y también están los rumores que
establecen una perturbadora relación entre la gestión anterior y la actual. Y
en medio de todo, la gobernabilidad siempre puesta en juego y el límite es
frágil, franqueable. Se dice que hay
acuerdos, que hay techos. Uno se pregunta cúan organizados y unidos estuvieron
para terminar siendo acusados de todos los delitos de corrupción,
administración infiel, fraudulenta, de los que se inculpa a la ex mandataria y
buena parte de sus colaboradores. Y familia.
Había cosas que cambiar, la
actitud soberbia y desafiante de una mandataria que creía tener el poder
absoluto (había que “temerle un poquito”) que creía interminable ese poder. Lo
extraño es que por momentos haya hecho campaña en 2015 para la oposición más
que para ¿“su propio”? candidato. Acusada de esto, creo que no dio cuenta que el
elegido opositor a quien dijo demostrar algo de respeto en esa cualidad, podía
hacerse finalmente con el Poder Ejecutivo Nacional. Y el de la Provincia de
Buenos Aires, como si fuera poco. No creo que haya sido plenamente conciente al
pensar que podría volver después del caos y la ingobernabilidad de la gestión
que la sucediera, producto de lo que su propio ejercicio de poder dejaba. (A
veces hay que tener un poco mas en cuenta la propia historia argentina, ya en algún
momento Sáenz Peña -allá por 1912- creyó que no perdería el poder la oligarquía
(como “única capacitada para la administración de la cosa publica”) y abrió el
juego. Cuatro años después no podían recuperar el poder perdido, por los
canales formales. La experiencia por analogía podría significarnos que la
desmesurada confianza en uno mismo y sus propias capacidades pueden no ir de la
mano con el apoyo manifiesto en las urnas. El votante actúa de modos muy
desconcertantes, aunque siempre conserva razón y por supuesto soberanía.
Había que cambiar las cadenas
autobombo constantes, ya crónicas, generadoras de hartazgo, los discursos
cargados de bajada de línea en post de aumentar la grieta. La obsesiva revancha
manifiesta en todo el contexto de la gestión desplegada. Alguna vez corridos de
la plaza de mayo, era necesario bajar un peldaño la figura de aquel líder e
introducir en cambio la de “ÉL” y en todo caso la del nuevo matrimonio
presidencial a modo de “Unidos y Modernizados”.
Realmente no inventaron nada,
vieron la oportunidad de rescatar y re editar formas políticas ya utilizadas y
las pusieron nuevamente en práctica. Sostengo, la gestión sí se mancha con la
corrupción. Nadie podría discutir lo bien hecho, pero las manchas son en
perjuicio de toda una década de gestión y de la política misma.
Había mucho por cambiar, pero lo más
importante son los cambios de fondo que aun tendremos que esperar para ver
concretados, tienen que dejar de ver la política como el espacio para el
enriquecimiento ilícito. Para el juego con intención de robo de los recursos
públicos. Sin duda, una lamentable enfermedad endémica no privativa de nuestra
cultura pero si muy desarrollada en ella.
Un atisbo de cambio en este
sentido es que el Poder Judicial hoy avance en la investigación de las
sospechas que recaen sobre el actual Presidente de la República y que éste-
aparentemente- se ponga a derecho. No es menor y es destacable, aunque siempre
el juicio es póstumo y todo lo que tendremos que saber saldrá –o no- tras la
finalización de esta gestión. Otra importante cuestión que debería cambiar, ya
que estamos en la época de “cambiemos”.
Acuerdos o no hay límites
impuestos por la propia situación política acostumbrada a negociar impunidad y
gobernabilidad, apoyos mutuos, beneficios a corto plazo, “normalización”. Habrá
que esperar para ver hasta dónde los rumores descubren certezas y qué omiten,
disfrazan o desaciertan.