lunes, 25 de abril de 2016

Delincuentes del poder




No cambiemos el foco de la atención, no apuntemos a donde no corresponde, pongamos la mirada donde realmente tiene que estar, desviar la atención y culpar a los que manifiestan implica dejar de ver a los verdaderos delincuentes del  poder.
Aun si la gente acompaña por “el choripán, la coca o los 500” o bien lo hace por admirable convencimiento, de todas formas es respetable, de todas formas el responsable sigue siendo quien juega con los intereses y las esperanzas de la gente, quien hace abuso de su poder y por tanto quien manipula acciones a su favor a través de la necesidad del otro. El delincuente o los delincuentes siguen siendo los que con poder avasallan. Lo provechoso sería posar los ojos sobre ellos a fin de empezar a señalar los vicios de nuestra política. Las sanciones judiciales y sociales a éstos les pueden llegar si –y sólo si- hay voluntad.
¿Cómo juzgar a quien decide ir a un acto convocado por alguien que le da algo material a cambio? A esta altura creo que todos somos responsables de la cultura política que tenemos y de la calidad de educación que hemos venido “de­- construyendo” (dando pasos en contrario a su edificación) ambos factores se unen cuando tenemos que hablar de lo que nos está pasando. Los que hacen política acostumbrados a abonar apoyo, los ciudadanos acostumbrados al redito inmediato del intercambio. Culturalmente establecido el juego, los actores proceden como las reglas mandan.
Por un lado la captación política a cualquier precio, por supuesto si ésta es desde la idea implantada es mucho más poderosa, sólidamente cimentada. Por el otro, la necesidad que no tiene cara ni  cuerpo aunque se haga carne y se vuelva manifiesta, urgente. Desde la necesidad de creer, pertenecer, ser parte, como la de subsistir.
Si alguien -por necesidad o convicción- acude a una manifestación en defensa de una ex mandataria sospechada de haberse enriquecido de manera ilícita a través del cargo que ostentaba hace unos pocos meses, sospechada de estar involucrada en una “asociación ilícita” a través de la cual desviaba recursos (dinero) que en vez de ir destinados a los organismos pertinentes para la generación de servicios para el pueblo iban a parar a paraísos fiscales y cuentas off shore, lo haga por el motivo que lo haga debe ser responsable de lo que defiende o apoya, no solo ante sus pares sociales, ciudadanos, sino propiamente ante sus hijos. Pero esta responsabilidad no es la que socialmente debería acaparar nuestra atención, sino la otra, la más importante, la de los delincuentes del poder que son los verdaderos responsables del daño provocado.
La corrupción mata. Lo demuestran los hechos, la tragedia de once, los accidentes viales diarios, las mismísimas necesidades insatisfechas que se cobran vidas inocentes también a diario. Debería dolernos más, deberíamos tomar conciencia de ello más allá de la ideología. Qué importa esta cuando se trata de la vida.
Nadie es culpable hasta que se demuestre lo contrario. Pero objetivamente utilicemos la misma vara, para el caso de Macri la culpabilidad sospechada es culpa directa, tendrá que probar que no lo es. Para la ex mandataria todo es un armado, tendrán que probar lo que hizo lo que dicen que hizo.
La etapa probatoria es en si misma tarea difícil si las hay, quienes entiendan realmente el entramado de asociaciones, fundaciones, vericuetos y viajes de dinero a distintas jurisdicciones a través de la apertura de distintas cuentas y operaciones, sabrán que el seguimiento se hace complejo, requiere de la inversión de tiempo y de dinero. Requiere sincera voluntad de hacerlo, la cual no estoy segura de que exista. No basta con una declaración ante un juez. Las pruebas fehacientes son necesarias. La justicia tiene su oportunidad de actuar y nosotros de dejarla hacerlo.

No vaya a ser cosa que dentro de cuatro años -o menos- estemos viendo el regreso del “ave fénix”, el resurgimiento como en 2010, con nuevos bríos, con lo cual “las culpas” en esa oportunidad si serán puestas en un electorado que a raíz de tanta decepción piense que el cambio no valió la pena y prefiera seguir creyendo en el atroz enunciado: “roban pero hacen”.  Y el círculo vicioso volverá a empezar, o daremos cuenta de que nunca se detuvo.

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